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Prácticamente todos los años, en el mes de febrero aproximándonos a marzo, los argentinos estamos acostumbrados a enfrentarnos a la incertidumbre de si comienzan o no comienzan las clases. Sindicatos y autoridades discuten especialmente por el salario y las condiciones de trabajo de los Docentes. Este hecho, que reitero, se ha convertido en un clásico, significa que once millones de alumnos pierdan clase. Es que un paro docente debería ser la excepción de una excepción, no una costumbre.

¿Por qué? Porque justamente no dar clases significa privar a los niños de Educación. Y esto no es solo responsabilidad de los Sindicatos: las autoridades deben hacer todos los esfuerzos, todos para que esto no suceda. Y hacerlos a tiempo. Porque la educación es prioridad y la retribución de quienes tienen la mayor responsabilidad en la enseñanza, los Maestros, es un tema fundamental y crítico. Justamente es crítico porque nuestros hijos dependen de los Maestros y de las Escuelas para su instrucción. Y las autoridades le otorgan a ellos esta enorme responsabilidad de educar bien.

Por eso es que no es posible que, faltando apenas unos días, no sepamos si comienzan o no comienzan las clases. No aceptemos esto como un hecho normal. Encontremos opciones de ponernos de acuerdo en un salario y su ajuste por parámetros razonables que sigan a la inflación para que no sea una lotería saber cuál será la situación en el mes de marzo próximo. Es obvio que un Maestro cumplidor y comprometido debe tener asegurado condiciones dignas de trabajo y por supuesto estará sujeto a condiciones lógicas de monitoreo de su labor como todo profesional argentino. En este marco general no debiera ser tan difícil negociar un acuerdo marco que termine con esta triste amenaza de días de clase perdidos, de incumplimiento anual de los días mínimos y de las consecuencias para el derecho de aprender que ello supone. Por todo ello es que entre todos, los padres, los ciudadanos y las organizaciones sociales deberíamos gritar para que esto no vuelva a repetirse. Sí "gritar", y gritar fuerte. En este caso, ese grito no es mala educación. Es justamente lo contrario.
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Manuel Álvarez-Trongé
Presidente

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